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EL TAMAÑO DE LAS PERSONAS...

Una persona es enorme; cuando habla de frente y vive de acuerdo con lo que dice, cuando trata con cariño y respeto, cuando mira a los ojos y sonríe con franqueza.

Pero es pequeña; cuando sólo piensa en sí misma, y les hace creer a los otros que piensa en ellos; cuando es poco gentil, cuando no colabora, cuando abandona a alguien en el momento en que más lo necesita. 

Una persona es gigante; cuando se interesa por tu vida, cuando busca alternativas para tu crecimiento,  cuando sueña junto contigo… cuando trata de entenderte aunque no piense igual que tú.

Una persona es grande; cuando perdona, cuando comprende, cuando se coloca en el lugar del otro, cuando obra no sólo de acuerdo con lo que esperan de ella, sino con lo que espera de sí misma.

Pero es pequeña; cuando decepciona, cuando hiere, cuando actúa con orgullo, cuando no es solidaria, cuando miente, cuando no sabe pedir perdón.

Una persona es grande; cuando sabe dar, cuando no tiene miedo de recibir, cuando la caracteriza la alegría, cuando enfrenta la tristeza, cuando domina la ira.

Pero es insignificante; cuando desprecia, cuando olvida los favores, cuando sólo busca su brillo, sus intereses, su bienestar. Se empequeñece aún más cuando agrede, cuando falsea su testimonio, cuando mata con maledicencia.

Una persona es grande; cuando extiende su mano, cuando cierra su boca y abre su corazón  cuando su sensibilidad es tan grande como su tamaño…

Por eso…
Si te detuviste a admirar el increíble e interminable trabajo de una simple hormiga…
Si te asombraste e intentaste comprender la belleza admirable de un panal de abejas…
Si te detuviste para seguir la extraordinaria velocidad y la maravillosa habilidad de un picaflor en vuelo…
Si te sentaste en el suelo y ofreciste tu mano a  un perro para que pudiera lamerla…
Si te recostaste sobre la hierba y te deleitaste con el perfume mágico de una flor…

Si en silencio escuchaste la voz de las eternas olas del mar…
Si esbozaste en tus labios la misma  sonrisa que viste en aquel niño…
Si sentiste correr por tus mejillas las mismas lágrimas que viste descender tristes, por la cara arrugada de aquel pobre viejo…

"Si sentiste todo eso…
En verdad has vivido intensamente cada instante de tu vida, lo cual llenó de belleza tu alma, de amor tu corazón y sobre todo".

¡TE CONVIRTIÓ EN UNA PERSONA MUY GRANDE!

UNA PEQUEÑA VELA...

Mateo 5: 14-16
Erase una vez una pequeña vela que vivió feliz su infancia, hasta que cierto día le entró curiosidad en saber para qué servía ese hilito negro y finito que sobresalía de su cabeza. Una vela vieja le dijo que ese era su "cabo" y que servía para ser "encendida". 
-Ser "encendida" ¿qué significaría eso?. La vela vieja también le dijo que era mejor que nunca lo supiese, porque era algo muy doloroso.
Nuestra pequeña vela, comenzó a soñar con ser encendida. Pronto, este sueño se convirtió en una obsesión. Hasta que por fin un día, "la Luz verdadera que ilumina a todo hombre", llegó con su presencia contagiosa y la iluminó, la encendió. Y nuestra vela se sintió feliz por haber recibido la luz que vence a las tinieblas y le da seguridad a los corazones.
Muy pronto se dio cuenta de que haber recibido la luz constituía no solo una alegría, sino también una fuerte exigencia… Sí. Tomó conciencia de que para que la luz perdurara en ella, tenía que alimentarla desde el interior, a través de un diario derretirse, de un permanente consumirse… Entonces su alegría cobró una dimensión más profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio de la luz y aceptó con fuerte conciencia su nueva vocación.
A veces pensaba que hubiera sido más cómodo no haber recibido la luz, pues en vez de un diario derretirse, su vida hubiera sido un "estar ahí", tranquilamente. Hasta tuvo la tentación de no alimentar más la llama, de dejar morir la luz para no sentirse tan molesta.
También se dio cuenta de que en el mundo existen muchas corrientes de aire que buscan apagar la luz. Y a la exigencia que había aceptado de alimentar la luz desde el interior, se unió la llamada fuerte a defender la luz de ciertas corrientes de aire que circulan por el mundo.
Más aún: su luz le permitió mirar más fácilmente a su alrededor y alcanzó a darse cuenta de que existían muchas velas apagadas.
Unas porque nunca habían tenido la oportunidad de recibir la luz. Otras, por miedo a derretirse. Las demás, porque no pudieron defenderse de algunas corrientes de aire. 
-Y se preguntó muy preocupada: ¿Podré yo encender otras velas? Y, pensando, descubrió también su vocación de apóstol de la luz. Entonces se dedicó a encender velas, de todas las características, tamaños y edades, para que hubiera mucha luz en el mundo.
Caminando por la vereda del Sol
Cada día crecía su alegría y su esperanza, porque en su diario consumirse, encontraba velas por todas partes. Velas viejas, velas hombres, velas mujeres, velas jóvenes, velas recién nacidas…. Y todas bien encendidas.
Cuando presentía que se acercaba el final, porque se había consumido totalmente al servicio de la luz, identificándose con ella, dijo con voz muy fuerte y con profunda expresión de satisfacción en su rostro: ¡Cristo está vivo en mí!

NO HAY MEJOR POESÍA...

No hay mejor poesía:
Que aquella que se escribe por si sola,
en un corazón enamorado,
con tinta hecha de recuerdos, confianza,
besos y caricias, 
porque una vez escrita correctamente
ni con el paso del tiempo puede ser borrada.

Autor: Miguel Martínez

LAS TRES REJAS...

El joven discípulo de un filósofo sabio llegó a casa de este y le dijo:
—Maestro, un amigo suyo estuvo hablando mal de usted.
—¡Espera! —lo interrumpió el filósofo—.
¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
—¿Las tres rejas? —Sí. La primera es la reja de la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
—No; lo oí comentar a unos vecinos.
—Entonces al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Esto que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario...
— ¡Vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido. 
Anónimo

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