Aquel día vi a mi abuelo distinto. Tenía la mirada perdida. Estaba como ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: "Buenos dias, abuelo". Y él extendió su mano en silencio. Me senté junto a su sillón y después de unos instantes, un tanto misterioso, exclamó: "Hoy es día de inventario, hijo".
¿Inventario?, pregunté sorprendido. "Sí. El inventario de tantas cosas perdidas", me respondió.
Luego me dijo:
"Siempre tuve deseos de hacer muchas cosas que luego no hice por no tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi pereza. Recuerdo a aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo sin que yo lo supiera. También estuve a punto de estudiar Ingenieria, pero no me atreví. Recuerdo el daño que he causado a otros por no tener el valor necesario para hablar, para decir lo que pensaba. Y otras veces en que me faltó valentía para ser leal. Y las pocas veces que le he dicho a tu abuela que la quiero, y la quiero con locura. Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas".
Luego su mirada se hundió en el vacio, se le humedecieron los ojos, y continuó: "Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. Te lo regalo para que puedas hacer tu propio inventario a tiempo y no cometas los mismos errores".
Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó: "¿Sabes qué he descubierto en estos días? ¿ Sabes cuál es el pecado más grave en la vida de un ser humano?". La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad: "No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal..".
Me miró con afecto y me dijo: "Pienso que el pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas".
Al día siguiente regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para hacer con calma mi propio inventario de las cosas perdidas, de las cosas no dichas, del afecto no manifestado.
Anónimo.
¿Inventario?, pregunté sorprendido. "Sí. El inventario de tantas cosas perdidas", me respondió.
Luego me dijo:
"Siempre tuve deseos de hacer muchas cosas que luego no hice por no tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi pereza. Recuerdo a aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo sin que yo lo supiera. También estuve a punto de estudiar Ingenieria, pero no me atreví. Recuerdo el daño que he causado a otros por no tener el valor necesario para hablar, para decir lo que pensaba. Y otras veces en que me faltó valentía para ser leal. Y las pocas veces que le he dicho a tu abuela que la quiero, y la quiero con locura. Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas".
Luego su mirada se hundió en el vacio, se le humedecieron los ojos, y continuó: "Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. Te lo regalo para que puedas hacer tu propio inventario a tiempo y no cometas los mismos errores".
Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó: "¿Sabes qué he descubierto en estos días? ¿ Sabes cuál es el pecado más grave en la vida de un ser humano?". La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad: "No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal..".
Me miró con afecto y me dijo: "Pienso que el pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas".
Al día siguiente regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para hacer con calma mi propio inventario de las cosas perdidas, de las cosas no dichas, del afecto no manifestado.
Anónimo.