Hay un relato sobre un hombre que le reza a Dios pidiéndole una manera de
acercarse a Él, y su oración es contestada cuando Dios le dice: “¿Ves esa gran
roca allá abajo? Empújala”.
Naturalmente, el hombre corre hacia la roca y, con toda su fuerza, comienza
a empujar, empujar y empujar. Pero la roca no se desliza ni un poquito. Pasan
los días y nada ocurre. El hombre está fanático y se rehúsa a rendirse ante la
frustración y la fatiga. Pasan las semanas, los meses, los años, y la roca aún
permanece en el mismo lugar donde la encontró.
Después de diez años trabajando con toda esta carga, le grita a Dios: “He
estado empujando esta roca por diez años. No puedo moverla. ¡¿Por qué me darías
la tarea de empujar algo que no puedo mover?!”.
“No dije que la movieras. Dije que la empujaras”, responde Dios. “Moverla es
mi trabajo. Pero mírate ahora. Cuán hermosa está tu figura. Mira cuán fuerte
estás hoy como resultado de tu trabajo arduo. Estabas débil cuando viniste a mí
hace diez años. Ahora mira en lo que te has convertido a través del esfuerzo de
empujar esta roca”.
Envidia, ira, miedo, duda - estas fuerzas son nuestra roca. Amor, felicidad,
valentía, certeza - estos poderes son las recompensas de resistir nuestra
tendencia a rendirnos ante dichas fuerzas.
Hacer resistencia es lo que nos transforma en algo grande.
Yehuda Berg
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